En
este documente tratamos un tema que seguramente sea de los más difíciles y
complicados de explicar, el duelo por la muerte de un hijo. Seguramente nadie
tiene la respuesta ante la pregunta de cómo superar la muerte de un hijo.
El
duelo es el trabajo psicológico necesario para que la pérdida del ser querido
se pueda superar con el tiempo.
En
el ciclo de la vida lo normal es que nosotros muramos primero que nuestros
hijos, pero cuando sucede lo contrario se nos trastoca todo el proceso de vida.
La
muerte de un ser querido es un suceso al que nunca estamos preparados para
afrontar, pero cuando un hijo se nos va es fácil encontrarnos ante un estado
que se nos escapa de las manos, por lo que será bueno y necesario el poder
tener apoyos en nuestro alrededor, ya sea la familia, amigos o especialistas,
que puedan ayudar y guiar a lo largo de este proceso. No podemos cuantificar ni
comparar el dolor que puede provocar la muerte de un hijo, y seguramente para cada
uno de nosotros nuestras pérdidas sean las más dolorosas.
Los
padres se sienten responsables de la protección de sus hijos y, su pérdida, suele
ser vivida como un fracaso y
con un gran sentimiento de culpabilidad.
Lo importante es entender que un proceso de estas características
es individual, ninguno es igual a otro y es diferente el duelo que vive un
padre, una madre, los hijos o los abuelos.
En términos generales, un duelo normal puede durar entre 6 meses y
3 años. Cuando se sobrepasa este lapso, se habla de un problema patológico y se
recomienda acudir a terapia con un profesional.
Es
frecuente que la muerte de un hijo produzca tensiones y conflictos en la vida
de pareja, derivadas de las diferentes formas de aceptar la pérdida. A veces,
uno de los cónyuges puede pensar que al otro no le ha afectado tanto la muerte
porque no llora o no habla de él, y otras porque puede que la pareja no viva al
mismo tiempo los momentos de mayor dolor o las crisis emocionales derivadas de
la pérdida. Es también relativamente habitual culpar de alguna manera a la
pareja, lo que se puede traducir en reproches continuos o en sentimientos de
impaciencia e irritabilidad hacia el otro.
Existen etapas dentro del proceso de duelo que se
repiten en la mayoría de los casos:
-
Evitación/negación: se presenta como un rechazo ante la noticia, impide la aceptación
de la pérdida como verídica. Se caracteriza por un bloqueo emocional y mental. Se
puede entender como estado de “shock”. Se deambula
por la vida y pueden darse episodios de amnesia, de no llorar o de
permanecer como sonámbulo.
Después de unas tres semanas, se empiezan a experimentar las
siguientes fases que no guardan un orden estricto y que pueden repetirse más de
una vez.
-
Defensa
psicológica/depresión: este es un
periodo caracterizado por depresión (tristeza profunda).
-
Confrontación: esta es la etapa más complicada, que más cuesta de
resistir y con más carga emocional, ya que implica tener que aceptar la
realidad. Aquí es cuando muchas personas hablan de que le duele el corazón o el
alma de pena.
-
Rabia/ira: en esta fase aparece la ira y se buscan culpables
(uno mismo, el personal médico, Dios). Abundan los sentimientos de impotencia.
-
Reestablecimiento/aceptación: se produce una reubicación al mundo real. Es
cuando ya puede hablar de la pérdida, aunque siga doliendo.
A continuación
mostramos indicadores que nos muestran que una persona que ha sufrido una
pérdida necesita ayuda:
-
Que pase más de
tres meses, desde que ha sufrido la pérdida, en los cuales la persona no busque
ayuda por sí misma.
-
Que la persona
le pierda el sabor a la vida, tanto que ya no tenga motivaciones, nada de lo
que antes le llamaba la atención le motiva en la actualidad (que se desconecte
de la familia, de la pareja, amigos,…).
-
Cuando ya no le
interesa ni su propio cuidado físico, que deje de comer, de prestar atención a
su estado físico.
-
Cuando rompen
lazos de unión con los que antes se relacionaba.
No es fácil
salir uno solo de un dolor tan grande como es la pérdida de un hijo, por lo que
será importante apoyarnos en otras personas para volver a alcanzar el
equilibrio personal y la armonía familiar.
Lucía
Galván Trapote
Psicóloga
Num.
Col. 18562
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